miércoles, 21 de mayo de 2008

LA FILOSOFIA SOBE EL EXCREMENTO

Enero 13, 2007 in Arturo Montes Larraín

Me refiero al excremento humano y no por ejemplo al excremento de puerco como fuente de ecológica energía eléctrica ya en desarrollo por cierto marginal pero no por ello insignificante dentro de nuestro propio país.

No me da risa. Pero según Sartre, en su extensa “Crítica de la razón dialéctica”, “on rit de la merde” (se ríe de la mierda). A cada quien su gusto. Pero el hecho es que la observación además olfativa de la caca propia es una práctica individual bastante universal (¿no la ha vivido Ud.?) aunque, en mi “conocimiento”, más occidental que oriental. Así, el escusado turco, por su arquitectura, la impide: la materia fecal cae en un hoyo muy higiénico, inmediato al ano de la persona que defeca y donde poco se huele y nada se ve. Por razones no ya territoriales ni culturales sino económicas y sociales, algo parcialmente semejante con una pobre letrina de campo por ejemplo en Chile: allí, mucho con asco de entrada se huele, pero nada tampoco se ve.

Fuera de ejemplos como éstos, y reconociendo mi falta de especialización en esta materia sin embargo intrigante, he visto en Occidente dos tipos de escusados muy diferentes (dejo de lado aquéllos muy sucios de scouts o limpios de paseantes forestales, etc.). Los llamaré así, pensando sólo en la actual modernidad y no en Versailles de Louis XIV: el escusado alemán; y el escusado francés (común en Chile).

El primero presenta una bandeja donde la hez cae y queda allí detenida en seco, espléndida. Se la puede mirar y oler su gas con perfección. Luego, mediante la “cadena”, se la expulsa desde atrás mediante un fuerte chorro de agua que limpia la bandeja y hace caer la mierda hacia delante en un hoyo que las cloacas absorben y reintegran en el “ciclo de la vida”. El escusado “francés” no tiene bandeja. La caca se precipita directamente en el hoyo acuático, es comparativamente poco visible aunque algo se pueda discernir sobre ella por cantidad y calidad; y expira su gas sólo en el trecho que va del ano al agua, pues ésta al ahogarla extingue su olfatividad. Así, el alemán ve y huele con más exactitud que el chileno. Pero en substancia ambos ven y huelen.

¿Ven y huelen qué? ¿Qué reabsorben, a menudo sin saberlo, pero haciéndolo? Reabsorben la transformación del alimento en excremento, de un perfumado durazno en “eso”, de vino tinto en “vino blanco”, orina. La hez sólida o líquida muestra retroactivamente a la persona, en el transcurso culminante como originales ex “durazno”, cebolla o carne de puerco, etc., ¿qué, exactamente? Le muestra precozmente, más allá de su nutrición corporal en el tiempo, de niñez a vejez, su personal y propio envejecimiento, ineluctable (fruta aromática -> mierda fétida), es decir, más allá aún, le muestra, acá, su mortalidad y su muerte. De allí en parte, por analogía sólo simbólica, la diferencia dramática, mediante el simple Rhin, entre las filosofías funerarias materializadas en Berlín y París, entre Wagner y Berlioz, el holismo y el individualismo, la gravedad y la levedad, la insolencia y la ironía, etc., y de allí la diferencia drástica entre ambas lenguas pareadas, sí, de una muerte que la evidencia fecal torna culturalmente trágica a otra cuya sombra de modas vestimentarias torna comediante.

Nadie huele con placer un pedo ajeno. Nadie huele sin placer su propio pedo. Perros y perras huelen con placer mierda ajena, incluso humana. Moscas se alimentan de excremento. Prohibido está al ser humano defecar en la calle donde a su lado es tolerado que esté cagando un can. Igual cosa ocurre con la desnudez o el coito. El asco al pedo ajeno es asco al cadáver. El placer por el pedo propio es admisión de mi mortalidad o en Ud. de la suya. No hay aquí distinción salvo estadística (Alemania, Francia) de sexo, de edad o de condición social. La caca allí presente vive y hace revivir por anticipación semiótica, en síntesis tragicómica, a la muerte. El suspiro de alivio feliz que sucede a la excreción y la contemplación orgullosa de “eso” llevan en sí el sentimiento de una resurrección aún superviviente.

¿Lo antedicho es locura, es estúpido, es chacota, es burla, es señuelo, es verdad? Durante el Medioevo, los teólogos cristianos debatieron -puesto que Dios Padre, antropomórfico, habiendo tenido una experiencia tan paradójica como haberse arrepentido por la creación del ser humano (6º día, 7º de descanso) tras ver su criminal comportamiento en Sodoma y Gomorra- sobre si de manera parecida mente tan humana como el arrepentimiento él defecaba o no. Llegaron a la conclusión, salvo Averanius, que no, porque, siendo Él por postulado lógico autosuficiente, no necesita alimentarse de nada ni por tanto nada defecar. A lo cual Averanius, luego condenado por hereje, había respondido que la hez de Dios es la Creación surgida de su necesaria y (en palabras termodinámicas de Maxwell) entrópica autoalimentación, confirmativa por misterio de su negoentrópica autosuficiencia, que sin residuos “demoníacos”, “creativos”, significaría la “muerte de Dios” reafirmada por Nietzsche en el Siglo XIX.

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